Desde
mi adolescencia una de mis grandes pasiones ha sido sin duda la política, ha
existido en mí en torno a este tema una atracción que ha resultado siempre, en
quienes me rodean interrogantes que me parecen contradictorias y a las que me
enfrento día a día.
Política,
según la real academia de la lengua española es el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados
y también se refiere a la actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos.
Sin embargo, me he encontrado con frases que demeritan esta actividad, que
sin duda, debe ser regida por los más altos valores de convivencia, tolerancia
y sobre todo por el bien común.
Ha
sido una de las actividades más
cuestionadas y por ende, de las más desprestigiadas por la tendencia a la
generalización y juicios de valor precipitados.
Cuando
existe algo que en verdad te apasiona y que es el motor de tu vida no puedes mantenerte
inerte ante quienes desdeñan esta para mi tan noble y sublime actividad y que han desarrollando una fobia infundada a los “políticos”.
Escucho
frases tan incongruentes como el señalar que debieran ser ciudadanos los que
dirijan la política o que todos los políticos son “rateros”, “dictatoriales”, “alejados
de una realidad social”, “insensibles” por decir lo menos.
Resulta
incongruente, puesto que en este sentido ¿dejan de tener ciudadanía quienes se
asumen políticos? o ¿el ciudadano común al dirigir las actividades públicas no
se convierte entonces en político?.
Existe
un estereotipo que etiqueta por el sólo deseo de incursionar en ella que
denigran y prejuzgan a una persona por su vocación.
La
generalización es el gran problema que detona la intolerancia y las fobias. Una
vocación no otorga o quita los valores que deben regir todas las acciones como
son: la congruencia, honestidad, respeto
entre otras.
El
problema radica en la calidad de políticos en quienes se han volcado las fobias que se traducen en apatía,
abstencionismo en el voto o desinterés en una rendición de cuentas, es a esta
clase de políticos a los que nos hemos acostumbrado y soportado con resignación
a lo largo de nuestra historia.
El
primer paso para cambiar esta realidad, es asumir que no te define como persona
tu vocación, en este caso la política, para determinar tu integridad y tus
valores. Dejemos acostumbrarnos a la asociación de los políticos con deshonestidad
y comencemos ponerle nombre y apellido a quienes así lo realizan.
Esta
fobia ciudadana a los políticos da como resultado que, una actividad que sin
duda afecta en algún momento la vida de quien no se dedica a ella a que pierda su cuño.
No basta
para ser un buen político el tener la simpatía o un carácter afable y por lo
tanto tener la certeza de que tomará las
mejores decisiones. Es preciso que un buen político tenga visión de estadista,
conocimiento y más vocación por este arte que un deseo desmedido por la
idolatría.
La
congruencia es la que debe regir los actos, tanto de los políticos, quienes deben
ajustar su discurso a su acción, como de
los ciudadanos los que con doble moral,
por un lado desdeñan la política pero por otro ante el brillo que llega
a cubrir al político del poder y el afán de verse beneficiados de manera
personal los encubren con falsas adulaciones.
Es
deber también de quienes defendemos con pasión esta actividad, regirnos con
argumentos sólidos y razonados para contribuir a la eliminación de estos
estereotipos.
Vivimos
en un Estado de Derecho, que se ve vulnerado sin duda, por la impunidad y
cinismo por parte de políticos sin escrúpulos que tiene como cómplice
silenciosa una ciudadanía apática envuelta en fobias irracionales.
Los
episodios de desigualdad y degradación de las civilizaciones tienen como
responsables en muchos casos a sus políticos, pero también lo son de las grandes
etapas de progreso y bienestar común. La diferencia radica en las cualidades
que ha tenido cada uno de estos políticos en lo particular.
Existen
personas que al autoproclamarse como políticos, denigran esta actividad con su actuar
tendiente a un ambición desmedida por el poder y el autoritarismo, pero también
existen los que son regidos por los más altos ideales. La decisión de quienes
ejercen o no el control del Estado se encuentra en quien los elije.
Y
sin duda, es deber de quienes tenemos esta pasión por la política trabajar por dignificar
esta labor con base en nuestras acciones y que sean estas quienes nos
identifiquen más allá de nuestra vocación.